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PERU: El Pequeño Inca

Ciudad del Cuzco, Perú.

La noche peruana es muy sonora. Los autos transitan en todas direcciones y las estrellas adornan silenciosas el cielo a la vuelta redonda. Estoy en la colonial Plaza de Armas de la ciudad del Cuzco. La catedral reclama sin esfuerzo su rol protagónico en la fría escena de la noche mientras los transeúntes entrelazan sus caminos alrededor de las coloridas flores que adornan los jardines del recinto. Huele a tierra húmeda y a geranios. La helada brisa evidencia que es invierno en los Andes.

La mezcla de estímulos resulta deliciosamente embriagadora. ¡Estoy en el ombligo del Mundo, en el Centro, en el Útero, en el Cuzco! Mi viaje sensorial es interrumpido por una tierna vocecita: “¿Me puede comprar un helado?, tengo hambre”, la emisión sonora parecía venir del suelo, de los centenarios adoquines. Miro hacia abajo y me encuentro con unos ojos grandes y cristalinos, es un niño que señala hacia un establecimiento de comida rápida. Su pequeño y ajado abrigo es indicativo del paso de un tiempo implacable y de una que otra arrastrada por el suelo. Sus cachetes parecen estar rojos por el sol y glaseados por el frío, sus emociones congeladas. Me arrodillo para verlo mejor. “¿De qué sabor lo quieres?”, pregunto. “Del que usted quiera”, me contesta. “Pues no te muevas que ya regreso”. Me emociono ante el encuentro y cruzo de inmediato a mi mandado. Mientras espero en la fila, la cual parece eterna, observo que mi nuevo amiguito vende goma de mascar. No se ha movido del sitio de nuestro encuentro pero no deja de ofrecer su producto a todo aquel que pasa frente a él.

Muchos ni se percatan de su presencia. En una caja de cartón lleva la esperanza, se tambalea. “¿Qué le puedo ofrecer?”, me sorprende la dependiente. Luego de pensarlo un poco le pido una barquilla de vainilla con chocolate duro. “Son tres soles cincuenta”. Pago y espero. Hasta ahora el niño no ha hecho una sola venta. “¿No podrían darle prioridad a mi orden?”, me pregunto en silencio y espero con la poca paciencia que me queda ……………………………………………… “Aquí está su helado, caballero”. Me reencuentro con el niño y lo invito a sentarse en uno de los muritos de la plaza. Aquí todo está frío. El Pequeño Inca agarra la barquilla como quien maneja un objeto ceremonial. La sujeta con fuerza. Comienza por morder la puntita del helado succionándolo como el picaflor al néctar de una flor. “Puedes morder el chocolate”, le sugiero. “No, si lo muerdo se me derrite”. No tengo respuesta, el chocolate duro le provee sostén a su ya desboronada existencia. “¿Con quién andas?”, curioseo. “Solo”. “¿Y tu mami?”.” En Machu Picchu vendiendo artesanía”. ¡Qué muchas preguntas hago! Y lo peor es que ninguna satisface mi curiosidad.

Todas sus respuestas son las que no quiero escuchar, pues soy dueño de las preguntas pero no de las respuestas. “¿En qué grado estás?”. “En tercero”. Me mira y sonríe pícaro. Es una poesía verlo disfrutar de lo que parece ser una perenne golosina. Me lo disfruto. “Gracias por el helado, amigo”. “Por nada”, le digo. Toco su pelito azabache y me levanto con el alma pesada. Comienzo mi caminata al hotel y se me vacían los ojos y se me abre el pecho. El viento no perdona y como aprovechando mi vulnerabilidad, me arranca un pedazo de alma mientras me paseo entre el espacio sideral cuzqueño. Busco al pequeño inca, pero ya no lo encuentro… mi vista nublada sólo alcanza a ver las luces de los autos que se alejan.

EL TROTAMUNDOS

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2 Responses to “PERU: El Pequeño Inca”

  1. itamara says:

    Eres el mejor Dios T Bendiga eternamente….

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