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Ghana, Africa

Ghana, África.

23 de noviembre de 2008.

Un buen día, y con el sol africano candente en el horizonte, fui de visita a una escuela de la región. Los niños observaban dudosos y atentos. Me acerqué a los salones y comencé con mi agenda. Llevaba mis canciones, bailes, cuentos, burbujas y toda la alegría que cabía en mi corazón. Súbitamente sentí un tirón en mi pantalón y al mirar al suelo, allí estaba un niño, con la sonrisa más espectacular y amplia que jamás haya visto. Era un ser muy especial, un ángel que en vez de volar se arrastraba por el suelo. Tomó mis manos y las acarició como diciendo: “todo está en orden”. Sus manos, ásperas por el constante contacto con el suelo y la tierra, se sentían como la más fina seda que el dinero puede comprar. Me miraba con atención. Yo le cantaba, y el se reía a carcajadas. Sus rodillas se paseaban por todo el plantel. Pero eso no era importante para él. Su atención estaba puesta en ser feliz y en sonreírle a todos.

Al día siguiente, a mi regreso a la escuela, Immanuel “corrió” con todas sus fuerzas hasta llegar a mí. Dejaba a su paso una estela de polvo que lo cubría por completo. Jugamos con una marioneta de conejo y celebramos el habernos encontrado otra vez. Me llamó la atención un sonido agudo y rítmico. En una esquina de aquel patio africano, un par de jóvenes tocaban los tambores. Ni corto ni perezoso, (aquellos que me conocen, también saben que no me pierdo ni una), saqué un tambor que recién había comprado y me uní al combo. El ritmo era contagioso. A nuestro alrededor se arremolinaron decenas de estudiantes que coreaban y cantaban como en trance alucinógeno. Solté mi tambor para unirme al baile, y brincamos, y saltamos, y nos sacudimos, ¡Cómo gozamos! Sentí el tirón en mi pantalón, una vez más. Era Immanuel, quien se había abierto paso entre la multitud para acompañarme. Desafiando la gravedad y su aparente impedimento, se agarró fuertemente de mis brazos y se incorporó gimiendo fuertemente y vocalizando emocionado. Los tambores repicaban con mayor intensidad y yo sentía el corazón en la boca. Me quedé congelado. Los tambores y el fragor de la multitud me sacudieron y comencé a bailar con Immanuel. Él se zarandeaba, su sonrisa más enorme aún. Estaba feliz. Y yo, con la alma hinchada y con los tambores palpitando en mi corazón.

EL TROTAMUNDOS

PD: Hoy celebro el breve encuentro contigo, querido Immanuel. Gracias por mostrarme tu luz y por iluminar mi camino con tu tierna sonrisa. Y por las piernas no te preocupes, que tus alas llegan a la Luna.

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3 Responses to “Ghana, Africa”

  1. trotamundos says:

    Querido Immanuel,

    Ya estoy de regreso en mi hogar, Puerto Rico. Es un islita en el Caribe, muy pequeña y muy bonita. Aquí hace mucho calor, igual que en África. Sé que te encantaría…

    No sé cómo decírtelo, pero… no puedo dejar de pensar en ti. Te escribo para decirte que me dio mucho gusto conocerte y que hay varias cosas por las cuales te debo las gracias. Primero, gracias por aparecerte en mi vida, de la nada, con tu sonrisa gigante danzando en tu rostro. Gracias por conformarte tan sólo con una canción y unas cuantas burbujas

    y encontrar en ellas la felicidad, aunque fuera por un instante. Gracias por enseñarme que la vida son instantes y que si no los disfrutamos se nos escapan como las efímeras burbujas que tanto nos hicieron reír. Gracias… Gracias… Gracias por cambiarme, por abrirme el pecho y arrancarme un pedazo del alma con tu presencia angelical.

    Hoy que termina el año, levanto mi rezo para que puedas aprender muchas cosas en la escuela y que cuando vayas camino a tu hogar los ángeles te guíen para que llegues seguro y puedas darle descanso a tus laboriosos brazos… Que cada día de tu vida te encuentres con alguien que te regale una canción o que te haga burbujitas… Que seas feliz… Que en las tardes te puedas sentar a jugar y a cantar y a sonreír.

    Llegaste a mi vida por una razón y con un propósito. Me regalaste ese algo que debía aprender. Aquella carretera inhóspita y polvorienta me guió hacia ti, como el alumno es llevado a su maestro. No volveré a ser la misma persona después de conocerte. Nos encontramos como el agua se encuentra con las rocas del río en su cauce descendente.

    Conocerte me cambió… Puede ser que no nos volvamos a ver nunca más en esta vida, pero siempre estaré contigo. Sólo escucha el ritmo de los tambores africanos, y ahí me encontrarás. Que tus piernas queden plantadas firmes en el suelo, como el árbol de baobab que decora tus tierras y que adornes con tu firme presencia el cálido atardecer.

    En mi corazón te llevaré como una huella, por siempre. Y no importa lo que suceda con nuestras vidas, sé que reescribiste la mía en el momento que te apareciste en ella, “volando” por los suelos. Me cambiaste la vida, querido Immanuel.

    Por favor, no dejes de sonreír, mantén siempre tu alegría, que yo estaré pensando en ti.

    Tu amigo,

    EL TROTAMUNDOS

  2. Me gustantus Historias mi nena teve y canta tus canciones tu eres educativo que Dios te bendiga. Gracias!

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